Por Mauricio Tolosa
La relación con el mundo es siempre a través de la experiencia propia, de las configuraciones que realizamos como sistema nervioso clausurado para interactuar con nuestro medio ambiente y antropósfera. En esa memoria/secuencia continua de configuraciones están contenidos simultáneamente el mundo que habitamos y nuestro sistema nervioso modelado en su acoplamiento (adaptación/creación) a ese mundo.
Sopa de letras
Sopa de aleta de tiburón
Sopa de cebolla
Crema de zanahoria con jengibre
Sopa miso
Caldillo de congrio
Sopa azteca
Sopa de caracol
Sopa de aleta de tiburón
Sopa de cebolla
Crema de zanahoria con jengibre
Sopa miso
Caldillo de congrio
Sopa azteca
Sopa de caracol
Si yo tomo una sopa, “mi sopa” serán aquellos aspectos de la sopa a los que tengo acceso según mis capacidades olfativas, visuales, gustativas, eventualmente táctiles y auditivas, y no sobre el conjunto de la sopa.
“Mi sopa” dependerá también de un estado y un contexto particular, si estoy resfriado y tengo menos sensible el gusto, si tengo hambre, si hace frío.
Mi relación, aprecio o no, valoración o no, dependerá también de la comunidad o comunidades en la que me he desarrollado. De qué elementos y qué sabores y sus combinaciones aprendí a distinguir y a apreciar.
En la experiencia con la sopa, surge “mi” sopa dentro de mi sistema nervioso y a la vez “mi” sistema nervioso se configura, modifica o confirma, de acuerdo a la sopa.
Si la sopa estaba muy caliente podría tener pelada la lengua o hasta la garganta y tener más cuidado para la próxima vez. O podría transformarse en un deleite que trataré de revivir a menudo, y para ello aprenderé a cocinarla enriqueciendo aún más mi mundo de posibilidades.
Esa memoria de configuraciones, que une la experiencia del mundo que habitamos con nuestro sistema nervioso, es la identidad encarnada. (No necesariamente la que declaro o proyecto o la que otros me atribuyen, pero esas son otras sopas).
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